Año 1914, Saint Louis, Missouri. Una tormentosa mañana de octubre viene al mundo William Seward Burroughs II en el seno de una familia acomodada. Desde muy niño, mostró unas privilegiadas maneras para la literatura, pero pronto se le grabaron a fuego en su delicada cabecita los sabios consejos del patriarca familiar, el abuelo Burroughs, cuya fortuna mantenía a la familia gracias a la insólita invención de la Máquina de Sumar, en un claro alarde de astucia tras la no renovación de la patente del ábaco por parte de los amarillentos chinos en lo que significó el máximo exponente de un olvido lamentable en los anales de la historia del invento. Estas fueron las palabras del viejo Burroughs:


¡Dele a la Ayahuasca...!