lunes, 31 de agosto de 2009

William Burroughs

Año 1914, Saint Louis, Missouri. Una tormentosa mañana de octubre viene al mundo William Seward Burroughs II en el seno de una familia acomodada. Desde muy niño, mostró unas privilegiadas maneras para la literatura, pero pronto se le grabaron a fuego en su delicada cabecita los sabios consejos del patriarca familiar, el abuelo Burroughs, cuya fortuna mantenía a la familia gracias a la insólita invención de la Máquina de Sumar, en un claro alarde de astucia tras la no renovación de la patente del ábaco por parte de los amarillentos chinos en lo que significó el máximo exponente de un olvido lamentable en los anales de la historia del invento. Estas fueron las palabras del viejo Burroughs:

Pequeño William: a lo largo de los años, aprenderás que la mayor parte de los hombres pueden terminar feliz y plácidamente sus vidas sin haber abierto un solo libro, pero ninguno de esos hombres habrá podido terminar un solo día sin realizar una suma. ¡Y todos ellos querrán comprar esta máquina!
Pero al pequeño Burroughs no le sedujo en demasía la idea de recorrer las calles de Missouri y los estados aledaños puerta a puerta vendiendo la famosa máquina (que por aquel entonces pesaba unos setenta y cinco kilos) y optó por contravenir los deseos familiares y dedicarse por entero a su mayor pasión: la literatura. Los quiroprácticos sureños perdieron una gran oportunidad de negocio, pero el mundo ganó un apabullante escritor.

¡Dele a la Ayahuasca...!

 

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